31/10/07

LOS TECHOS

Años atrás, varios ya, la fijación por lo oscuro se hizo persistente y de pronto se hizo real a tiempo completo, pasando de un simple estado de anomalía a una forma de vida perpetua. El ser más cargado de vacíos y sobretodo de ceguera y sordera, todo en un solo cuerpo, camina ahora diez pasos cada mañana al acercarse a la puerta de salida, otros veinte pasos para llegar al paradero del autobús, en el cual permanece acurrucado en su propio aislamiento permitiendo sólo que el aire rodee su cuello y rostro, ingresando por sus fosas nasales para perderse en su interior; no está permitido el contacto con la naturaleza, la sociedad o la gente, aunque todo ello está presente como ausente, pero más presente en la ausencia creada por su mundo, más ausente que el mundo que ya no existe a su alrededor, aunque en él viva y se sostenga día a día. Los ojos miran fijamente al pequeño espacio verde, intento de jardín para hacer olvidar la abundancia de concreto y metal. Los ojos miran de vez en cuando a los costados; se dibujan algunas siluetas en medio de esa especie de niebla creada por la soledad y el abandono, humo desmoralizador y fabricante de temblores, porque el cuerpo tiembla cuando se ha dejado el refugio, el hogar. La soledad no ha permitido que la luz entre por ninguna de las ventanas que están abiertas sólo para mirar la lejanía, para escuchar en medio de la sordera un mundo agitado y feroz...



El autobús se detiene en medio de un chirrido casi melancólico que anuncia el inicio del viaje. Se abren las puertas, tanto para los que vienen como para los que van...hacer la analogía entre la vida y la muerte, esas puertas que nos llevan de aquí para allá...sin sentido...la vida y la muerte, vienen y van y hay que subir, entrar en el bus porque la gente se impacienta. No esperes tanto para no impacientar a la gente, sube pronto y que nadie te toque ni te empuje.



Sentado al fondo del autobús, la cara pegada en la ventana, abre los ojos con violencia, para observar y dejar de estar tan ciego por un ratito, lo que dure el viaje, y contemplar al igual que desde la ventana de su apartamento todo lo que sucede a su alrededor. Ha empezado a mirar los techos de las casas; a la gente no le importan los techos, el tejado o las azoteas...piensa, ...hay todo un universo allá arriba...no sabe qué busca, pero hay un universo allá arriba, no sabe qué encontrará, pero en ese universo se escapa de la muerte. Ahí se aferra con los ojos violentamente abiertos, mirando los techos de las casas, encontrando miles de formas y colores...sí...hay un universo allá arriba...y habitado por aves y fantasmas, porque él ha visto las siluetas de los olvidados allá arriba, ha visto las almas aferradas a los techos de la ciudad volviendo a la vida por unos segundos en cada segundo de su visita urbana, volviendo a la vida así como él...él, un viajero visitante entre la vida y la muerte, unión de luz y sombra arrastrando tras de sí la ceguera y la sordera, la niebla que envuelve las dimensiones...



El viaje tiene un retorno, tiene que ser pronto, no demorarse mucho...tengo miedo, me pongo nervioso cuando no estoy en casa...he visto gente como yo en la ciudad...mirándome desde sus ventanas y en los techos...



Así me ven ellos a la hora de su recorrido urbano, cuando me asomo a la ventana a pesar de la oscuridad, ellos me ven porque también han aprendido a observar los techos.